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Las etiquetas diseñadas para confundir al consumidor invaden los hipermercados

En la lata pone: «Conservas tradicionales de Navarra», pero el condenado espárrago tiene más hebras que fama en la etiqueta. Algo parecido ocurre con el extraño lechazo de Burgos que echa espuma al cocinarlo, la miel de milflores que parece sirope aguado o los ajos (chinos) morados de las Pedroñeras incapaces de darle sabor al conejo. Y todavía están por llegar las picotas del Jerte ácidas que se pasan a los pocos días, el melón de Villaconejos que no sabe ni a pepino o los melocotones de Calanda duros como un leño. ¿No se suponía que se trataba de exquisiteces? La respuesta es sí. Pero solo cuando son los auténticos.

El informe de Nielsen «Marcas globales versus marcas locales» asegura que siete de cada diez españoles prefieren comprar verdura, fruta o carne de origen español, incluso aunque sean más caros; algo de lo que tratan de aprovecharse algunos avispados cuando colocan sus productos a rebufo de una calidad que su mercancía no se ha ganado. Basta con ir a cualquier hipermercado para ver rutilantes espárragos peruanos con sede social en algún conocido pueblo de Navarra o La Rioja, corderos franceses sacrificados en Palencia o melones que a Villaconejos solo han ido a que les pongan la etiqueta. No es fraude, sino habilidosas estrategias comerciales que juegan al despiste con la falta de conocimiento y las prisas del consumidor al comprar.

Daño por partida doble

«El etiquetado debe reflejar sin dudas el origen de los productos y ponerlo en valor. Los consumidores tienen derecho a conocer la verdadera calidad de los alimentos que adquieren», defienden desde la Unión de Pequeños Agricultores (UPA). Y es que el daño causado a los verdaderos productos locales es doble. 

«Lo peor no es que nos quiten cuota de mercado, sino que si el producto no cumple con las expectativas el consumidor no lo vuelve a comprar y al final acaba cayendo el consumo global», se queja a ABC Jorge Izquierdo, ganadero de Colmenar Viejo (Madrid). «Traen razas mucho más grandes, alimentadas con leche en polvo para que sean más productivas y, además, tardan entre ocho y diez días en llegar desde el matadero al carnicero. El producto local se alimenta solo de leche de la madre y en tres días está en el plato. Por eso no son comparables el sabor y la textura de unos y de otros. Pero tampoco el precio», lamenta Izquierdo.

«Ternasco» irlandés

El mismo problema lo tienen en Aragón. Fernando Luna, presidente de Asaja Huesca, también ha tenido sus más y sus menos con alguna gran superficie. «Hemos llegado a detectar “Ternasco de Aragón” envasado con su pegatina bien grande, cuando en la etiqueta pequeña se leía que era “criado” en Irlanda», cuenta Luna.

Aburrido de reclamar más control de los productos autóctonos está también Antonio Prieto, responsable de apicultura de UPA. «Llevamos dos años de reuniones con el Ministerio, y nada. Solo pedimos que con la miel se obligue a poner en la etiqueta el tanto por ciento de las variedades que lleve. No es correcto decir que hay “mezcla de mieles” de la UE y de países de fuera cuando ese tarro lleva un 1% de la Alcarria y un 90% de China. Eso es engañoso para el consumidor».

El presidente del Consejo Regulador del Espárrago de NavarraLuis Miguel Mateo Mateo, afirma que no es justo que ellos se esfuercen en aplicar unos estándares de máxima calidad y se sometan a inspecciones exhaustivas mientras que otros se limitan a «colocar una etiqueta» con un nombre que el consumidor asocia automáticamente a su producto. «Eso sí, debajo, con letra más pequeña, se cuidan mucho de poner si es de China o Perú. Yo no digo que su producto sea malo. Pero ¿ha tenido los mismos controles que el nuestro?».

Técnicamente legal

Esas estrategias comerciales, reconocen los servicios técnicos de LA Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), «no son un fraude de ley, sino que buscan asociar un producto que no cumple con determinados parámetros de calidad con otro que sí lo hace». Y recuerdan el caso de los melones de Villaconejos, un pequeño pueblo madrileño cuya producción de secano, además, solo se da entre agosto y octubre, pero que, milagrosamente, es capaz de abastecer a media España. «La legislación regional dice que para llevar la marca de calidad de Madrid basta con que sea producido, transformado o elaborado en la comunidad. Así que compran melones de regadío, los almacenan en Villaconejos, les colocan la etiqueta y los venden... con todas las de la ley», cuenta a este diario Jesús Anchuelo, secretario general de UPA Madrid.

Algo similar ocurre con la lustrosa patata roja francesa, lavada y conservada en cámara durante meses, pero envasada en Galicia y colocada en los estantes justo en la temporada de la patata nueva. O con orondas variedades de cerezas del Jerte a las que se quita el rabo para parecerse así a la auténtica picota Ambrunés, mucho más sabrosa, jugosa y resistente en la nevera. Tampoco se salvan los melocotones de Calanda que no han sido embolsados en el árbol -lo que realmente hace que adquieran ese punto óptimo de maduración- para ahorrar costes de producción. Nada de esto es un fraude, pero no deja el sabor boca esperado.

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